Por: Alvaro Vergara, geólogo de Ckelar Volcanes y Dr. (c) Filosofía de las Ciencias
En la medida que transitamos el sendero de la vida, surgen encantadores e ilimitados cuestionamientos sobre la misma. Desde muy pequeñas/os emergen preguntas como: ¿dónde estoy?, ¿qué es la vida?, ¿qué es la tierra?, ¿vivo en un planeta?, ¿qué es la realidad?, ¿existe la naturaleza? ¿qué es la naturaleza?, ¿qué es un ambiente? ¿vivimos en un entorno? ¿qué es el tiempo?, ¿cómo puedo conocer lo que me cuestiono?, ¿qué es conocer?; y un sinfín más, acorde al grado de imaginación pertinente. Desde luego, cada inquietud se asocia al interés y curiosidad del individuo, el cual aspiramos que evolucione de forma exponencial, es decir, que nunca se agote el desear conocer.
Del mismo modo, nos asombramos al descubrir que el conocimiento reúne una multiversidad de aspectos. Uno de ellos es el conocimiento científico, precisamente las ciencias de la Tierra. Nos percatamos que existen voluminosas cordilleras que rodean el territorio nacional, exuberantes cuerpos de hielo denominados glaciares, esbeltos acantilados costeros, extensos afluentes que recorren someramente los suelos, ondas que generan estrambóticos movimientos terrestres a los cuales llamamos sismos, depresiones inmersas en agua como son los lagos, espacios hiperáridos que incluyen diáfanos salares, inmensas dunas, un océano aparentemente interminable, enormes altitudes en donde se libera energía interna del interior de la Tierra, entre tantos otros fenómenos.
Estos últimos, los volcanes, son un fenómeno natural que se ha manifestado a lo largo del profundo tiempo geológico y el relieve superficial. Se ha evidenciado, según investigaciones científicas, que desde aproximadamente 3.000 millones de años se han producido diversos volcanes en el orbe terrestre, variando en su ubicación, forma, materialidad e intensidad. Ligado a lo anterior, Chile es una zona ultra privilegiada en lo que respecta a su distribución espacial. Reúne miles de edificios volcánicos, de norte a sur, inclusive en las gélidas zonas australes.
En ese sentido, el Núcleo de Investigación en Riesgo Volcánico – Ckelar Volcanes de la Universidad Católica del Norte ha iniciado, hace años, un comprometido trabajo para descifrar las incógnitas de aquellas válvulas de energía. Examinamos lo que son sus productos expulsados, las rocas volcánicas, observamos su composición, y nos maravillamos al hallar una vasta variedad de minerales.
Si enfocamos con mayor precisión nuestras observaciones, mediante instrumentos tecnológicos, podemos encontrar dentro de estos minerales una abundante cantidad de ínfimos elementos químicos. Todos estos rasgos distintivos de cada roca son fundamentales para comprender de forma adecuada lo que estudiamos. Por otro lado, analizamos las emisiones de gases volcánicos, los cuales nos permiten interpretar correctamente el estado de actividad de los volcanes y mitigamos el riesgo volcánico que puede ocasionar un evento eruptivo, para posteriormente diseñar mapas que nos ayudan a identificar áreas susceptibles de estos peligros.
También utilizamos imágenes satelitales para reconocer signos termales. Teorizamos, deducimos, razonamos, justificamos, corroboramos, experimentamos, hipotetizamos, contrastamos, planteamos problemáticas de estudio y objetivos plausibles, empleamos un método científico, reformulamos, discutimos, concluimos. La ciencia, por ende, genera, construye y transmite conocimiento teórico, indispensable para el progreso de las sociedades y la necesaria alfabetización científica.
Del mismo modo, existe otro tipo de conocimiento. Los volcanes han conformado, desde tiempos ancestrales, un valioso componente de las cosmovisiones alto andinas. Constituyen la representación simbólica de una amplia gama de personificaciones, deidades, entidades, identidades que están involucradas en lo que se define como el paisaje, o sea, un fenómeno cultural, creado por el individuo al dotar de significado el relieve utilizando lo que conoce, ajustándolo, homologándolo, creando mitos; una íntima narración lírica de su entorno.
Es por esto, que el paisaje nos habla de nosotros mismos, de nuestros anhelos y nuestros miedos. El desarrollo de la naturaleza se completa con el imaginario humano que modela el relieve dando origen al paisaje, plagado de historias intersubjetivas. Lo interesante es que, si bien el paisaje existe porque lo inventamos, simultáneamente el paisaje nos inventa a nosotros.
En nuestro país, esto es especialmente notorio ya que el paisaje, dada su tremenda potencia, no actúa como escenografía, sino que como protagonista. Cordilleras, mar, desierto, bosques, terremotos y aluviones han estimulado nuestra mirada. Somos un pueblo marcado por su entorno y por los fenómenos naturales que ocurren en él. En resumen, existe un conocimiento tácito, experiencial, un acervo cultural que concretiza la configuración semántica de una comunidad, siendo el factor de autenticidad el que permite la autodeterminación de su cultura.
Con la responsabilidad que amerita, la divulgación de las Ciencias de la Tierra debe ser el pilar esencial para canalizar el conocimiento espacio-temporal de cada territorio. Sin embargo, como ha quedado demostrado, existe una interdependencia entre los fenómenos geológicos y la cosmovisión de las comunidades originarias (incluyéndonos). Por lo tanto, el desafío contemporáneo es poder complementar ambos tipos de conocimiento, teórico y experiencial, unificar sus características y semejanzas, tal que las nuevas generaciones se enriquezcan de un conocimiento integral, intradisciplinario. Podríamos decir una divulgación de conocimientos. Rebobinando, ¿qué es conocer? Depende a que te refieras.