El estratovolcán, ubicado en la cordillera de los Andes, hace año y medio presenta incrementos en las temperaturas de los gases volcánicos lo que ha generado una serie de preguntas de investigación y monitoreos más frecuentes de este macizo activo de la Región de Antofagasta.

Para llegar al Olca, un estratovolcán ubicado en la cordillera de Los Andes a más de seis horas de Antofagasta y en la frontera con Bolivia, se requieren camionetas 4×4 para superar un camino sinuoso y poco accesible desde Ollagüe, la localidad quechua más cercana. A esto se suma un trayecto a pie de ascensos y descensos en medios de colores intensos y terrosos en el silencioso Desierto de Atacama.

En efecto, una de las más grandes limitaciones en la investigación del riesgo volcánico, son justamente las enormes distancias que existen para llegar a uno de los más de 100 volcanes considerados activos en el país, muchos de ellos emplazados en el Desierto de Atacama. Solo en la Región de Antofagasta hay más de 20, el Olca es uno de ellos. En el sur de Chile, son más conocidos, porque son parte de las postales turísticas bien populares de nuestra multifacética y larga franja de tierra.

Los “terrenos” para el volcán Olca –que tuvo un incremento de la temperatura de sus gases, en el último año y medio, lo que despertó el interés de los y las investigadoras de Ckelar Volcanes– necesariamente tienen parada en Ollagüe, una localidad con más de 200 personas, que en invierno parece estar deshabitada porque casi no se ve gente por las calles y que se encuentra a 3.800 metros de altura. El frío es intenso en esta época del año no supera los 10 grados en el día y alcanza mínimas de hasta -6 grados.

Cámara de monitoreo

Al llegar a las cercanías del Olca para comenzar los primeras mediciones y monitoreos de este macizo, ya te encuentras a una altura sobre los 5 mil metros. Ahí los volcanólogos comienzan la revisión de los instrumentos instalados en forma permanente, como una cámara que monitorea al Olca en tiempo real. Además, se despliegan lo que llaman “instrumentos de bajo costo”, como cámaras UV y DOAS, que permiten hacer mediciones del dióxido de azufre en forma remota.

Instalación de equipo DOAS y cámara UV.

La doctora en Geología e investigadora postdoctorante de Ckelar Volcanes, Susana Layana, explica que ese gas se mide en la investigación volcánica, porque existe en muy pocas concentraciones en la atmósfera: “Si observas alzas muy grandes –y literalmente lo puedes ver mientras caminas hacia las fumarolas ya que tiene un ligero color azul en el cielo–, como es de origen magmático, podría indicar una posible erupción”.

Para poder monitorear directamente los “campos fumarólicos”, donde brota, respira y nace el volcán y, el equipo recorre el desierto para acercarse lo más posible al cráter y obtener muestras in situ. Con cascos, mascarillas y grandes zancadas, llegan hasta las alturas, para hacer “muestreos directos”. No sin antes sacar y “vaciar” las memoria del sismómetro que en forma permanente monitorea la presencia de posibles sismos, asociados a la actividad del volcán.

Cambios internos del volcán

“El incremento fue bastante notorio: de 86 grados Celsius, que es la temperatura que ebulle el agua en estas alturas, a 230 grados Celsius. Esto podría propiciar cambios internos del volcán”, asegura Felipe Aguilera doctor en Geología, director de Ckelar Volcanes y académico UCN, mientras realiza lo que llaman la “captura” de gases volcánicos en pequeñas ampollas que luego viajan directamente al laboratorio y se analizan.  

Producto de ese cambio de temperatura, los científicos están haciendo muestreo directo una vez cada dos meses, y hacer un seguimiento más o menos continuo. En volcanes con menos actividad, los muestreos se hacen dos o tres veces al año. En el lugar se instaló, además, un sistema de filtración de pluma volcánica, que captura la pluma y la fuerza a pasar por un filtro de papel, que luego va al laboratorio para análisis químicos, me comenta el volcanólogo y doctor en Geología, Manuel Inostroza, en medio de las inquietas fumarolas del Olca.

Parte de la hipótesis que necesitan estudiar y entender –explica el volcanólogo con más de 20 años de ascensos a los cráteres–, es saber si ese incremento de temperatura asociado a gas magmático subiendo a la superficie en mayor cantidad, está relacionado con cambios normales del volcán o un indicio de actividad volcánica. Es decir una posible erupción. “Nos inclinamos más por la primera hipótesis, pero aún no hay certezas, por ahora aumentamos la frecuencia de los monitoreos en terreno del Olca”, indica Felipe Aguilera.