Relato escrito por Francisca Sánchez, geóloga y colaboradora del Instituto Milenio de Investigación en Riesgo Volcánico – Ckelar Volcanes.

22 de abril de 2015. Son las 15.00 P.M. Los empleados del Observatorio Vulcanológico de los Andes del Sur (OVDAS),se encuentran sentados observando las pantallas de sus escritorios. Aquí, desde estas oficinas ubicadas en Temuco, se vigilan a los 45 más volcanes más peligrosos de Chile.

A las 15.11 horas los geofísicos notan algo extraño, los equipos en el Calbuco muestran numerosos sismos volcano-tectónicos, ocurriendo a unos 7 km de profundidad y que se relacionan con fracturas de rocas al interior del volcán. “Veamos cómo evoluciona esto”, señalan. Transcurren un par horas y los sismos continúan, ya van más de 100. “Es un enjambre”, confirman.

Los minutos pasan y mientras tanto el equipo del ODVAS emite su informe, comienzan los sismos de largo-periodo,  que los expertos relacionan con movimiento de fluidos magmáticos. Casi al unísono los sistemas satelitales muestran una señal de calor en el cráter. Busquen sus butacas, la obra está por comenzar.

El primer acto inicia con una sorprendente erupción a las 17:50 horas ese 22 de abril de 2015. Esta generó una gran columna de cenizas y gases que alcanzaron los 15 km de altura sobre la cumbre. La escena estuvo acompañada por flujos piroclásticos –rocas y otros materiales volcánicos emitidos durante la erupción–, descendiendo rápidamente por los flancos del volcán, múltiples sismos y una orquesta de tremores armónicos. Finalizando casi una hora más tarde.

Horas después, un nuevo incremento de la sismicidad anunció el comienzo de un segundo acto, durante la madrugada del 23 de abril. En esta ocasión, El Calbuco vuelve a sorprender con un pulso eruptivo aún más largo e impresionante que el primero. Este se extendió por casi 6 horas y que generó una columna de 17 km de altura. Rayos y relámpagos vinieron a intensificar el drama, brindando un espectáculo soberbio y pocas veces visto. Sin duda un gran clímax.

Durante los días siguientes y hasta el 30 de abril, el Calbuco nos mostró erupciones menos energéticas junto con la declinación de la sismicidad. En los meses posteriores la actividad del volcán fue disminuyendo, hasta que cuatro meses más tarde retornó a la calma. Finalizando así el tercer y último acto.

Este último ciclo de erupciones del volcán Calbuco quedó plasmado eternamente en la memoria de los espectadores, a quienes la repentina actividad del volcán tomó por sorpresa. Solo algunos habitantes, cercanos a Puerto Montt, recordaban la última gran erupción ocurrida más de 50 años atrás, desde el mismo macizo en 1961.

El Calbuco es un célebre volcán que descansa a orillas del Lago Llanquihue en el Sur de Chile, muy cerca de las ciudades de Puerto Montt y Puerto Varas. Este viejo de aproximadamente 300 mil años, es reconocido por protagonizar grandes episodios explosivos y relativamente periódicos.

Desde que los humanos habitan las cercanías, han observado sus “despertares” …

  • Ese día el volcán Calbuco escupió lava por última vez, y fue tal su ira, que toda la tierra tembló de miedo, los propios españoles se asustaron y el cacique fue el primer en temer la muerte”.

Esta pequeña reseña escrita por Domeyko en 1845, un científico y naturalista polaco radicado en Chile, relata una erupción desatada en 1792: el primer registro histórico que se tiene de este volcán.

Cuatro siglos más tarde el Calbuco se mantiene vigente, registrando 14 erupciones históricas y al menos 21 erupciones pre-históricas. Durante todo este tiempo el estilo predilecto de este volcán ha sido el sub-pliniano, un tipo de erupciones altamente explosivas, como las que ocurrieron en 2015.

En esta clase de erupciones, el magma es expulsado muy rápidamente en forma de miles de partículas de diferentes tamaños. Las más pequeñas, las tefras o cenizas, se disipan en el aire y son transportadas por este medio a miles de kilómetros, otras más grandes como escorias y bombas, caen como proyectiles en las laderas del volcán.

El estilo altamente explosivo del volcán Calbuco y su cercanía con los humanos, le ha valido el puesto número tres en el ranking de los más peligrosos de Chile, nominación que disputan más de 90 volcanes considerados activos en el país. Pese a su ostentoso historial, el Calbuco solo alcanzó esta posición gracias a su último ciclo de erupciones en 2015, cuya dispersión de las cenizas ocasionó la caída de aproximadamente 0.5 kilómetros cúbicos de este material sobre Chile y parte de Argentina, equivalente a 200 veces el volumen de la pirámide de Guiza.

En consecuencia, algunos poblados debieron ser evacuados. Como Ensenada ubicado a 15 km del cráter donde, además, la inminente llegada de los lahares, que son corrientes de agua, material volcánico y rocas que descienden muy rápidamente por las laderas del volcán, provocaron la destrucción de casas e infraestructuras civiles.

Esta erupción ocasionó, además, pérdidas económicas para la agricultura y ganadería, así como la destrucción de grandes áreas boscosas, el cierre momentáneo de un Parque Nacional y la disminución de visitantes en las ciudades turísticas cercanas.

Sin lugar a dudas, esta última interpretación del volcán Calbuco significó un dolor de cabeza para las autoridades y expertos, en especial, para el equipo de monitoreo volcánico, quienes no pudieron predecir el inicio de la actividad eruptiva. Esto nos recuerda que, pese a que el comportamiento de ciertos volcanes está siendo monitoreado, las erupciones pueden ser impredecibles ciertas veces.

Los únicos precursores reconocidos de esta erupción –que son los indicios de que un volcán va a estallar– consistieron en el enjambre sísmico ocurrido horas antes, cuya inmediatez no dio tiempo para actuar, como también, un gradual y leve aumento de los sismos volcano-tectónicos, tres meses antes de la erupción. Y digo “leve” porque realmente el cambio fue muy pequeño. De un promedio de 1 o menos sismos diarios que mostraba el volcán desde que es monitoreado, la tasa promedio ascendió a 2 sismos al día, lo que en términos de vigilancia volcánica no se considera indicador inminente de una erupción.

Pero además de los sismos, hay otros parámetros que son estudiados por los expertos para evaluar el potencial eruptivo. Como los gases emitidos por el volcán y la deformación de su superficie. El monitoreo de este tipo es relativamente nuevo en Chile. Y no fue hasta 2008, con la erupción del volcán Chaitén, una de las más grandes y destructivas de los últimos siglos en el país, que se consideró de forma urgente implementar una red de vigilancia nacional.

En 2009, por lo tanto, se inicia la instalación de equipamiento  de vigilancia en los volcanes más icónicos de Chile, como el volcán Llaima, Villarrica, Hudson, Lascar y por supuesto el Calbuco. Para el 2015 este último contaba con 2 estaciones sísmicas permanentes, una cámara IP y un inclinómetro electrónico, usado para medir deformación. Entonces, ¿qué indicaron estos parámetros?

En palabras simples nada. Los registros del inclinómetro no mostraban cambios relacionados con la deformación, solo algunas variaciones provocadas por efectos atmosféricos. Tampoco existen registros de monitoreo de gases, ya que se considera como un volcán de conducto cerrado, es decir, sin emisiones de este tipo.

Esto no conversa con relatos históricos de algunas erupciones pasadas en el volcán Calbuco, que nos hablan sobre fumarolas, sismos y ruidos subterráneos, que fueron distinguidos por pobladores cercanos días antes de las explosiones. En 2015 en cambio, el volcán nos mostró un comportamiento diferente.

Ocho años y el origen de la erupción sigue sin ser del todo comprendida. En este lapso los expertos han propuesto algunos modelos sobre los posibles mecanismos precursores de esta erupción tan particular. Pero de consenso ni hablar. ¿Qué pasó Calbuco? No nos avisaste aquella vez. ¿Acaso seguirás comportándote así? Son preguntas que aún debemos hacernos. Porque este viejo volcán ya nos ha demostrado su habilidad para improvisar.

Crédito foto: Francisco Negroni | Agencia UNO

Crónica publicada en revista Qué Pasa – La Tercera.